Un gato entre las luces y sombras de Weimar

Un gato entre las luces y sombras de Weimar

19 abril 2024 Janek Kobylinski Visto 1729 veces

Relato de viaje de un fascinante recorrido por los rincones históricos y misteriosos de Weimar


El viaje

El día previo al viaje a Weimar la mayoría de mis compañeros se fueron a descansar temprano. No fue mi caso pues pasé parte de la noche leyendo. A las cinco por la mañana el despertador dio aviso junto con las campanas de la ciudad de Arlesheim de que era el momento para levantarnos. Algunos amigos se organizaron para tomar el tram, mientras que otros preferimos hacerlo en tren. El espíritu que se vivía era de querer andar juntos cuidando unos de otros. Irupé compartió algunos panes para prepararme una merienda. Luego llegó Gerard preocupado por el poco tiempo que teníamos, más aún sin tener cosas para desayunar, así que preparamos algunos emparedados. Fue así como nos fuimos minutos después a la estación de Dornach. Sabía que Irupé estaría preocupada pensando que no llegábamos a tiempo y que llegaría antes que nosotros a la estación central de Basel. Lo que no tomó en cuenta es que el tren es realmente mucho más rápido y, de hecho, aun saliendo más tarde, llegamos antes que los demás.

Arribamos a Weimar casi seis horas después del viaje en tren, rodeados de hermosos paisajes, y luego encontrarnos con los demás amigos en la parada intermedia de la ciudad de Erfurt en Alemania. Llegamos. La sensación en el alma era calma, de amistad y tranquilidad que se acompasaban con el agradable clima de este nuevo lugar. En la habitación no estuve solo, ni fuimos dos, ni tres…fuimos cinco: Giorgi, Rezo, Nicholas, Gerard y yo. Fue una agradable oportunidad para hablar de todo: de lo que acontecía cada día, de filosofía, del amor y de chicas. Entre juegos, Nico por las noches asumía un rol paterno bien sea para desearnos buenas noches o bien para decirnos que dejemos de hablar y apaguemos todo reflejo de luz. Igual por las mañanas era su voz la que nos decía —Hey niños, hora de levantarse.

Mi deseo apenas llegué fue salir a caminar por la ciudad, llegué así a un primer punto importante dentro de las atracciones turísticas de Weimar: ¡sus helados! Los casi dos euros que costaba cada bola fueron nada para describir la placentera sensación del chocolate amargo en mi paladar. Fue también una buena decisión llevar un buen libro como Un Curso de Milagros para leer. Este lo disfruté sentado en el restaurante en la parte exterior de la heladería. —No puedes estar aquí —escuché decir a la voz amable de la camarera del restaurante. —Este lugar es solo para los que compran en el restaurante, no para los que compran helados para llevar—. El sol, el libro, el helado y la vista al Theater platz desde donde contemplaba el busto de Goethe y Shiller como buenos amigos eran algo demasiado bueno como para dejar ese sitio. —Entonces, dame una cerveza, por favor —le dije. Seguí en este flow hasta que sentí oportuno poner una pausa. Al pedirle la cuenta aprendí algo más. —Solo recibimos efectivo. —Vi las monedas que tenía y no eran suficiente para pagar la cerveza ni mucho menos para dejar algo de propina. —¿Recibes francos Suizos? —le pregunté — Puedes ir al ATM que está muy cerca de acá —me sugirió—. Le dije entonces que regresaría en pocos minutos, y dejé mi amado libro sobre la mesa como testigo de mi compromiso y de mi pronto retorno. Una hora después estábamos todos juntos caminando junto con Peter y Constanza para nuestro primer recorrido por la ciudad.


Las luces de Weimar

Así llegamos a la casa que Goethe tenía en el hermoso Parque de Ilm, nombre que recibe por el río que lo surca. Al lugar que fuimos se le conoce como “Goethes Gartenhaus” y cuenta la historia que fue una propiedad comprada por el Duque Carl August para éste, su buen amigo. Fue hasta el día siguiente que regresamos y pudimos conocer por dentro tanto el lar y el jardín privado alrededor DE ESTE. Es curioso que este lugar disponga de la cualidad de estar alejado de la ciudad y a su vez a no más de cinco minutos de esta. Es una hermosa combinación. Cautivó mi atención pensar cómo es que Goethe convivía con la casa, con su jardín interior, pero, sobre todo, con el gran parque de Ilm que lo rodea. Tal vez escuché mal, pero me pareció comentar a Peter que en ocasiones Goethe caminaba desnudo por los alrededores, y que, buscando su privacidad, puso una vez una puerta en medio del puente de madera el cual es necesario cruzar para llegar al parque. En el ambiente se respira una profunda relación con la naturaleza, el arte y el misterio; lo que se corresponden muy bien con lo que las obras de Goethe guardan en su esencia. Así como esta hermosa casa ubicada en Ilm, conocimos también la casa que Goethe tenía en la ciudad, de la que llamaba la atención su gran tamaño, su modestia, y una vez más, su hermoso jardín alrededor. Y tan solo a una cuadra de esta se encontraba el hogar de su buen amigo y figura ilustre de Weimar: Schiller. Ambos fueron muy cercanos entre sí. Contó Constanza que cuando Schiller murió, en 1805, nadie se atrevía a decírselo directamente a Goethe. Fue entonces que éste comentó a su esposa sobre la salud de su amigo, de quien sabía que se encontraba delicado. Su esposa no pudo pronunciar palabra alguna, y a través de ese gesto Goethe se dio cuenta y lloró la partida de su amado colega. Vale la pena en este contexto saber que Goethe murió en 1832.

Fueron casi 90 años después de la muerte de Schiller, y casi 60 años después de la muerte de Goethe que Rudolf Steiner vivió en Weimar, esto es, entre los años 1890 a 1897. El motivo guarda relación, en principio, con el legado de Goethe, toda vez que el último nieto heredero del genio declaró en su testamento que todas las propiedades de su familia habrían de pasar a manos de la princesa de los Países Bajos, su Alteza Real Gran Duquesa de Sajonia-Weimar-Eisenach, llamada Sofía. Algo similar sucedió también con la herencia de Schiller, motivo por el cual, fundó ella el archivo que lleva el nombre de ambos. Es entonces que, en 1890, Rudolf Steiner recibió el encargo de editar las obras de Walther von Goethe (a este trabajo se le llamó la Sophienausgabe o “edición de Sofía”). Luego, en 1894 la hermana de Friedrich Nietzche hizo lo propio, al encargarle la creación del archivo literario para su hermano, quien se encontraba ya postrado y aletargado en sus últimos años de vida, hasta su muerte en 1900. Así, entre figuras como Goethe y Schiller, o bien Nietzche; Weimar se ha vislumbrado como un bastión artístico, cultural y espiritual para Alemania, Europa y la humanidad; mucho más aún si la consideramos haber sido hogar de otros importantes personajes como Steiner, o el ilustre pintor Lucas Cranach, el reformador religioso Martin Lutero, artistas compositores como Bach, Liszt y Wagner; filósofos como Herder y Schopenhauer; escritores como Hans Christian Andersen; por mencionar algunos de ellos.


Aventura de misterios

El segundo día escuchaba muy atento cómo Constanza nos compartía versos de Schiller y un cuento escrito por Goethe llamado “La serpiente verde”. Conspiramos pronto Gerard y yo para preparar un plan: visitaríamos el parque de Ilm por la noche, y buscaríamos el lugar y momento para leer dicho cuento en alguno de los espacios en los que seguro se habría inspirado el espíritu de Goethe. La noche llegó y empezó la travesía para los cinco de la habitación: compartimos unos kebabs en la calle Dingelstedtstr, caminamos hacia la Markt platz en la que se encuentra la Neptune brunen (estatua de Neptuno). Allí me desvié para contemplar por un minuto el Theater Im Gewölbe que solo podría describir como mágico. Al grito de los muchachos me apresuré hacia la esquina y me recibió Gerard tocando un armonio, cuyo sonido cual de órgano de iglesia barroca me envolvió más en el misterio.

Una vez que cruzamos el pequeño puente de madera nos adentramos en el gran parque. Entre toda la oscuridad logramos ver algunas luces entre los grandes árboles que parecían dibujar “un algo”. Jugábamos diciendo que era probablemente el Hotel California, en referencia al enigmático hotel que aparece en medio de una carretera de la canción de los Eagles. Atravesando un claro nos encontramos con el Sternbrücke, el puente histórico más importante y antiguo de Weimar, construido en el siglo XVII. Giorgi y Nicholas decidieron contemplarlo desde arriba, mientras que me quedé abajo con Rezo y Gerard. Deseé hurgar para contemplar las orillas del río y el curioso túnel en forma de ojo presente entre los arcos. Una vez en este llamaba a los muchachos para decirles que un cisne blanco nadaba en ese momento por el río. Cada escena era más bella e indescifrable. Y no menos curiosa que lo que vendría después que nos encontramos en el Palacio de la ciudad o Stadtschoss. Varios querían regresar a descansar, así que nos abrazamos y, ni bien terminado nuestro gesto de fraternidad, empezaron a sonar doce veces las campanas señalando precisamente la medianoche.

Decidimos regresar Gerard y yo al túnel en forma de ojo y, una vez allí, escuchamos la primera parte del cuento de La Serpiente Verde. No compete a este relato hablar del mismo, solo diré: ¡vaya relato! Pasada una hora aproximadamente decidimos caminar dentro del gran parque completamente oscuro y llegamos, luego de algunos minutos, al Gartenhaus. Allí continuamos diligentes con nuestra misión de seguir leyendo mientras contemplábamos esta modesta y atractiva casa, hasta que por más curiosidad e intriga que el cuento nos ponía por delante, convenimos de alguna forma que era momento de regresar. Pensamos después que fue una buena decisión, dado que una vez que atravesamos el parque hacia el puente pequeño de madera Naturbrücke, pudimos ver cómo un auto arribó a la casa de Goethe tan solo para dar vuelta en U en el punto en que nos habíamos instalado minutos antes para leer el cuento. -Tal vez hicimos bien en salir- nos dijimos ambos.

Y fue así como, apenas saliendo del parque, en una construcción de cemento en forma de medialuna, que dispone de dos patas de ave en sus extremos, nos encontramos con “el gato”. Era pardo, saleroso y de gestos cual estirpe. Se acercaba tanto como buscaba su espacio. Este nuevo curioso ser anduvo a nuestro lado entre contorneos amistosos y gestos de independencia. Ya nada nos parecía raro a esa hora. Solo caminamos conversando con el gato, hasta que, habiendo llegado al final de la Plaza Beethoven, el gato se detuvo, maulló durante medio minuto llamando nuestra atención y, una vez que la tuvo, dio un salto tan alto que le permitió subir hasta la pared del jardín de una casa. Pensamos en un principio que era Beethoven, pero un par de minutos después advertimos que el animal salió del parque de Ilm donde se encuentra la Gartenhaus, y que la casa a la que entró era ni más ni menos que la casa de Goethe. Así entendimos quién fue realmente.


Una luz usurpada

Conocimos otra faceta de Weimar, una que, en la historia de la humanidad, contrasta por lo sombrío con su esplendor artístico, cultural y espiritual. Los nombres que recibió el primer lugar que visitamos al respecto nos introduce al tema con cierta facilidad: visitamos la Plaza de Weimar, antes llamada Plaza de Karl Marx, antes llamada la plaza Adolf Hitler. Me refiero por tanto a la relación de Weimar con el Nazismo.

Para traer un poco de contexto, la primera guerra mundial se desarrolló entre 1914 y 1918, con la disolución de los imperios alemán, austrohúngaro, otomano y ruso. Para Alemania, el periodo que inició en 1919 por casi tres quinquenios es conocido como “La República de Weimar”, toda vez que su nueva Carta Magna fue escrita en el teatro nacional de esta ciudad. Dos años después, en 1921, Adolf Hitler fue nombrado líder del partido Nacionalista Obrero Alemán, conocido como Partido Nazi. Asimismo, en 1926 se celebró la primera conferencia de su partido en la plaza en mención, haciendo uso de una retórica retorcida que se apoyó en los aportes a la humanidad de muchos de los ilustres personajes antes descritos para dar cabida a su vacua doctrina de superioridad. En 1933, Hitler fue nombrado canciller o jefe de gobierno del Estado Alemán, siendo una de sus primeras acciones la disolución de las instituciones creadas en Weimar y el establecimiento de lo que denominó el Tercer Reich. Todo esto transcurría en una Weimar que rondaba los 50 mil habitantes.

Como sabemos, durante su gobierno y durante la segunda guerra mundial, entre 1939 y 1945, esta Alemania Nazi o Alemania Nacionalista eliminó otras fuerzas políticas y autorizó establecer leyes sin las cámaras, comenzando así una dictadura que como sabemos se caracterizó por el racismo y la subordinación del individuo por el supuesto bien de una raza aria superior, para lo cual implementaron políticas como la llamada “solución final”, a través de las cuales justificaron el exterminio de cerca de 11 millones de seres humanos, entre personas judías, discapacitadas, homosexuales, testigos de Jehová, africanas y gitanos. Para tal propósito se estima que construyeron más de 25 mil campos de concentración y exterminio, los cuales compartían características como la tortura, la inanición, el trabajo forzado y el asesinato. Uno de estos campos fue el de Buchenwald, a unos 10 kilómetros de Weimar, que encarceló alrededor de 277,800 personas de 50 países, falleciendo allí cerca de 56,000 personas.


Reflejos frente al espejo

Cincuenta mil personas en Weimar y otras más de cincuenta mil asesinadas en el campo de concentración de Buchenwald…a solo diez kilómetros de distancia. Las noches de reflexión son insuficientes hasta hoy para agotar estos contrastes. Me contaron que al finalizar la guerra el ejército americano llevó habitantes de Weimar a Buchenwald para que testifiquen lo que venía ocurriendo en el patio trasero su bella casa. Al principio me preguntaba equivocadamente, ¿Cuán posible es no haber sido consciente de lo que pasaba a diez kilómetros? ¿Hay responsabilidad? ¿Qué hicieron? Luego caí en cuenta de que incluso en nuestro tiempo seguimos siendo testigos de guerras y explotación de seres humanos. Luego estas preguntas regresaron a mí como un búmeran: ¿Cuán posible es no ser consciente de lo que pasa en el mundo de hoy? ¿Cuán responsables soy hoy? ¿Qué debo hacer?

Weimar ha sido un maestro. Un maestro que puso por delante de nosotros un gran espejo. En el espejo se presenta la historia pasada y se refleja una enseñanza para nuestro presente. La imagen que allí vemos incorpora en extremo luces, en extremo sombras, y en el umbral entre ambas se juegan -también en extremo- los misterios.

En mundo sana cuando sano mi forma de ver el mundo.


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Janek Kobylinski, Lima, Peru - Alumni Anthroposophy Studies on Campus, 2024