¿Cómo se refleja nuestro comportamiento en el ecosistema?

¿Cómo se refleja nuestro comportamiento en el ecosistema?

02 noviembre 2020 Jean-Michel Florin Visto 13456 veces

La conferencia de Jean-Michel Florin fue parte del ciclo ‹Los signos del presente› con contribuciones de miembros de la Dirección del Goetheanum del 12 de octubre al 21 de diciembre de 2020.


El propósito de esta conferencia fue ofrecer un enfoque de la práctica agrícola en el que no predomine la actitud que en tiempos de Covid-19 se puede producir con facilidad: una actitud bélica frente a los peligros que también en la agricultura se presentan en forma de virus, bacterias
etc. De ahí la pregunta de qué tipo de actitud podemos tener para un trabajo positivo e ilusionado en general, y en particular en la agricultura.

Mi caminata diaria al trabajo me lleva por una zona ajardinada, y aprovecho esta circunstancia para observar durante todo el año cómo los vecinos cultivan sus huertos y cuidan sus jardines. Hay una asombrosa variedad de estilos jardinísticos individuales, y se ve con claridad cómo la personalidad o individualidad de cada vecino tiene su efecto y reflejo en la apariencia característica de cada finca.
Si esto lo extrapolamos a nuestras ideas y concepciones en general, lo más lógico es pensar que las volveremos a encontrar también reflejadas en el estado del planeta entero. Y de esto es de lo que estamos cobrando cada vez más conciencia, especialmente en la situación de crisis actual. ¿Qué nos dice, sobre nuestra concepción del mundo, la imagen actual del mundo? ¿Qué conclusiones podemos sacar, o qué podemos aprender de la crisis?

Desde el punto de vista de la agricultura, el debilitado estado actual de la Tierra no nos sorprende demasiado, ya que desde hace más o menos 30 años no dejan de surgir nuevas plagas y epidemias. Este año, apenas percibido o comentado, ha salido el virus del tomate. Otro problema actual es la peste porcina. El Covid-19 solo es un aspecto de las múltiples plagas de virus, bacterias y hongos, que están aumentando exponencialmente.

¿Cómo se explica este desarrollo exponencial? Pues es bien sabido que tiene que ver con la gradual destrucción de los ecosistemas. Un ecosistema es un lugar en el que convive una variedad de micro-organismos. Puede haber cientos de miles de estos micro-seres, que juntos forman un complejo altamente sensible del ecosistema.

Imaginemos que en tal ecosistema se produzca un punto en el que falten algunos o gran parte de los micro-organismos. El resultado será que la maleza se apodere de este vacío. Y de ahí incluso puede invadir el resto del ecosistema. Esto es lo que sucede en una pandemia. Los sistemas regulatorios que antes existían entre los varios micro-organismos dejan de funcionar porque están intervenidos por la “maleza”. Las malas hierbas se convierten en plaga o parásito aunque por su propia naturaleza no se puedan considerar como tal. Aunque la plaga parezca un monstruo peligroso, no hay que olvidar que solo fue posible por las circunstancias precedentes.

La reacción habitual ante tales peligros es la declaración de guerra, con pesticidas, fungicidas y toda clase de armas. Por ejemplo cada año sale un nuevo hongo que afecta a la lechuga. Como consecuencia, cada año se desarrollan nuevos fungicidas pero sobre todo nuevas especies más resistentes. Es una carrera entre los hongos y los productores de semillas. Este año hemos llegado al número 36 de especies de lechuga resistente. De ahí surge un negocio. Los grandes productores de semillas sacan más beneficio cada año. ¿Cuáles pueden ser otros caminos diferentes o complementarios?
En las videoconferencias que celebramos en la Sección de Agricultura, los compañeros en todo el mundo nos relatan problemas graves, sobre todo inundaciones y grandes incendios. Los elementos se han vuelto indomables. Por ejemplo, un huracán, un ser con gran potencial devastador, se experimenta como un verdadero monstruo. En regiones como las Filipinas o Japón, estos efectos se sienten con mayor intensidad todavía que en las regiones de Europa.

Pues tenemos la misma imagen que antes desarrollamos en el contexto de los ecosistemas pequeños: un ser particular ocupa un espacio vacío y a partir de este punto se expande y desata una fuerza devastadora. En ambos casos se produce lo que podemos llamar una separación: una fuerza individual se separa de las demás con las que antes estaba en armonía y se convierte en “monstruo”. La cohesión entre los elementos de un ecosistema se disuelve, y es por eso por lo que los elementos pueden llegar a tener un efecto dañino. Unos elementos se apoderan del espacio disponible, debilitando a otros. Este proceso debilita al organismo en su totalidad, y hace que tenga menos recursos para renovarse y revitalizarse.
¿Qué hemos hecho en los últimos 5 siglos para haber llegado a tal punto? Hace un siglo, los agricultores se dirigieron a Rudolf Steiner con la pregunta de qué se podía hacer frente a la degeneración del suelo, de las plantas y animales. Esta pregunta, que incluye la cuestión de las fuerzas vitales/etéreas, fue uno de los orígenes de la agricultura biodinámica.

Desde el Renacimiento, la humanidad se acostumbró a ver la Tierra como un gran mecanismo, explicable en base a los procesos físicos y químicos. Descartes dice que las plantas y animales son autómatas que reaccionan mecánicamente a cualquier suceso externo. Este modo de pensar, concibiendo por ejemplo el viento como una gran máquina ventiladora, nos conduce directamente a cómo experimentamos el viento hoy: como el producto de una gran maquinaria de alto poder. Es decir, una concepción previa se hace realidad, y esta realidad se intensifica dramáticamente en forma de las grandes tempestades y huracanes de nuestro tiempo. Además estamos experimentando esta maquinaria como algo que ya no somos capaces de domesticar o dominar.

Descartes sostiene que las únicas cualidades reales de la naturaleza son las cualidades primarias, con las que se refiere a todo lo que es medible, calculable y contable, como por ejemplo la extensión y forma de una cosa. En tal concepción de la naturaleza, la ciencia natural no da valor objetivo a las demás cualidades. A éstas, Descartes las llama “cualidades secundarias” o subjetivas. Las cualidades secundarias (como color, sabor, sonido, etc.) existen sólo en el sujeto. Esto es lo que hemos aprendido todos de alguna manera: el mundo mecánico de los átomos es más real que nuestras propias experiencias.

Recientemente, como reacción a la concepción cartesiana, han salido teorías y libros, no solo de autores antropósofos, que postulan una “ecología sensible”, una ecología en la que el ser humano tenga protagonismo, en la que se valore todo lo que se percibe y siente en la naturaleza. Este tipo de postulados solo pueden surgir por el hecho de que hoy, prácticamente nos hemos aislado y separado de la naturaleza y de las vivencias que podemos tener con ella. En la ciencia natural moderna, las experiencias directas con la naturaleza producen una actitud interior de miedo. La naturaleza en cuanto contemplada como algo que va más allá de la concepción mecánica tiene que provocar la sensación de que se pierde el control sobre ella; y por eso este miedo a la naturaleza viva conduce tanto más a la actitud de querer dominarla. Ambas tendencias, la del miedo y la de dominación, llevan en sí la actitud compulsiva de destruir. De hecho se puede observar tal actitud en los agricultores que quieren ser modernos y progresistas, muy enfocados a erradicar elementos que molestan e impiden el máximo de productividad, como pueden ser malas hierbas, pero también setos o arbustos. Con esta actitud han desarrollado una especie de agricultura bélica. Una actitud bélica que solo se puede entender por el hecho de que hemos perdido el contacto directo con la naturaleza.

En los cursos de agricultura que doy, lo primero que hago suele ser contemplar una planta, preguntando por su ser y su naturaleza, no por su utilidad o valor calórico. Porque el concepto de la utilidad nos vuelve más o menos inconscientemente a la actitud que acabo de caracterizar, la de usar, comer y consumir, que es otra manera de destruir. Por supuesto tenemos que aceptar y consumir lo que nos da la tierra, pero no hay que olvidar los otros modos de acercarnos a la naturaleza.

Hay que superar la idea de que el ser humano y la naturaleza sean dos mundos separados. Esto nos ayuda a reconocer, por ejemplo, que los pueblos aborígenes nunca fueron meros consumidores de lo que les daba la naturaleza. Hoy se sabe muy bien que los pueblos indígenas amazónicas desde siempre fueron cuidadores y cultivadores de la selva, e incluso tuvieron métodos para hacer más fértil el suelo. Esto no tiene que ver nada con la idea moderna de protección del medio ambiente, que en principio se limita a reaccionar ante los problemas causados por el ser humano.

¿Cómo podemos desarrollar la salud y crear fuerzas de salud? Los estudiantes a los que doy cursos de agricultura biodinámica me han venido confirmando que abandonar el viejo pensamiento agrícola (eliminar malas hierbas y usar un arsenal de pesticidas etc.) no les resulta nada fácil. Esto nos indica que hace falta un esfuerzo constantemente renovado para cambiar de pensamiento. O como lo suelen formular mis estudiantes: cambiar de actitud para con la naturaleza, toma su tiempo.

El primer paso, sin duda, es entender la naturaleza como compuesta de seres vivos, no de elementos mecánicos. Podemos preguntar por el ser del suelo, de una planta, de un animal. Y atreverse a preguntar al trigo o al manzano “¿quién eres?” para muchos es algo revolucionario y nada habitual, pero es una pregunta real. Es una pregunta que pertenece a las prácticas que estamos haciendo en los cursos de formación. Y a partir de ahí desarrollamos criterios para el trabajo práctico. Esto significa que estamos siempre intentando trabajar de modo acorde con el principio de lo vivo, como no puede ser de otra manera, ya que en la agricultura trabajamos con seres vivos, y la agricultura biodinámica entiende incluso el suelo como un ser vivo.

La granja como organismo vivo

Rudolf Steiner empieza su Curso de Agricultura señalando que una granja debe entenderse generalmente como organismo. Durante mucho tiempo se ha tomado esta indicación como tema específico de los agricultores biodinámicos, pero poco a poco se ha comprobado que también puede ser tomada en un sentido más amplio. De hecho solo hay que mirar el organismo complejo de una colmena, compuesto de muchos seres y micro-organismos, un organismo lleno de sabiduría en su manera de funcionar. Y la sabiduría que hace que funcione todo no está tanto en la abeja individual sino en el conjunto. De una manera similar podemos mirar el organismo humano, que lleva en sí más virus y bacterias que células. Es un organismo que contiene una multitud y variedad de seres que tienen que cooperar para que funcione el organismo completo.

De ahí se ve también justificada y obvia la concepción de la granja como organismo en el que convive una pluralidad de seres. Pero con esto surge la cuestión de cómo podemos delimitar el organismo como unidad cerrada, de modo que al mismo tiempo pueda estar abierto para su entorno. Este principio es el principio natural de la respiración; por ejemplo la piel humana es algo que “encierra” nuestro cuerpo pero también es permeable y facilita la respiración cutánea. Podemos organizar tal organismo semipermeable por ejemplo con arroyos, setos, árboles para delimitar una finca. Incluso los rumiantes que vienen y van a los pastos forman parte de tal diseño de la granja. Y después de todo podemos incluir el aspecto espiritual, que no es otra cosa que el ser humano, el granjero que se siente responsable del organismo de la granja, creado y diseñado por él. Esta conciencia y responsabilidad es una fuerza invisible pero es muy grande y ejerce un efecto real.

Esta conciencia también tiene consecuencias prácticas. Los responsables del parque-jardín del Goetheanum comprueban y afirman constantemente que, mientras sigan con su conciencia en cada punto del gran organismo del parque-jardín, es difícil que se produzcan situaciones críticas. En cambio, en el momento que pierden de vista un solo punto de todo, hay una alta probabilidad que se produzca algún problema. Pues la conciencia dirigida a cada punto del entorno tiene un efecto protector y amparador. Y esta conciencia también tiene el aspecto de evolución en el tiempo. Por ejemplo, los agricultores de la granja Marienhöhe cerca de Berlín saben narrar una historia de 90 años de trabajo biodinámico. En este sentido, la granja es un ser vivo con su propia biografía y necesidad de cuidados. Diseñar este organismo es muy diferente al enfoque industrial de sacar un máximo de beneficio de la empresa agrícola.
El organismo de la granja necesita distintos órganos, igual que el organismo humano. Tal órgano puede ser por ejemplo un lugar en el que se unen los elementos de calor y agua. Pues hay que buscar el lugar más adecuado para crear un humedal en el terreno de la granja. Por otro lado se puede crear zonas en las que se combinan calor, luz y aridez. De esta manera se generan zonas de características polarmente opuestas que se organizarán entre ellas, y es recomendable mantener estas zonas sin arrepentirse de no poder cultivarlas.

El efecto es que tales zonas se verán colonizadas por animales y micro-organismos. Pero lo importante es lo que Rudolf Steiner comentó en este contexto: Las bacterias, virus y hongos que viven en la granja necesitan un biotopo para ellos. Los hongos que van a poblar los humedales tendrán su lugar allí y no van a invadir las zonas de cultivo. Cuando quiero trasmitir este principio a los participantes de mis cursos, algunos se ríen diciendo: ¿Cómo me puedes pedir que prepare un hábitat para hongos después de haber hecho un esfuerzo tremendo para eliminarlos?
En otras granjas, como la de un colega mío situada en la Normandía, la variedad de biotopos y animales es fundamental e incuestionable, no solo porque genera un organismo vivo sino porque hay tantas cosas con las que podemos conectar, con interés, con asombro, con alegría, y esto es así tanto para los que trabajan en la granja como para los visitantes. El sano organismo de la granja ejerce un efecto saludable sobre el alma humana. El otro día pude visitar la granja que he mencionado. Los fines de semana suelen acercarse familias para comprar productos biodinámicos y para pasar un rato en el entorno de la granja. Hay todo tipo de animales, y para muchos niños es una experiencia bonita ver de cerca una vaca o un cerdo. Para todos es una alegría estar en contacto con la vida y con lo vivo. El ambiente positivo de esta granja contrasta mucho con la actitud de querer combatir y eliminar. En un lugar en el que reina tal actitud bélica, obviamente no es posible que surja un ambiente positivo y alegre.

La granja como lugar de integración

El tema de los animales es muy importante para los viticultores. Muchos de ellos nos piden ayuda para el cambio a la agricultura biodinámica. Para empezar, el monocultivo vitícola ha conducido a una verdadera catástrofe porque los viticultores están en continua lucha contra cada tipo de plagas. De marzo a agosto están en alerta pensando diariamente en el tratamiento necesario para combatirlas. Nuestro primer consejo para los viticultores es abandonar el monocultivo y crear un organismo vivo. Y ahí entra en juego la integración de los animales y el gran reto de integrarlos en el trabajo agrícola. Un reto añadido es la cuestión de cómo lograr que los animales sean bienvenidos de corazón. Un modo de empezar a integrar animales es cooperar con agricultores vecinos, por ejemplo con apicultores para integrar abejas, o pastores para integrar ovejas. Interesantemente, las ovejas que pisan la tierra molestan bastante a los topillos, y la consecuencia es que estos se buscan otro hábitat.

Quiero hacer mención especial a los preparados para rociar que usamos en cantidades mínimas en la agricultura biodinámica, en particular los preparados de estiércol de cuerno y de sílice de cuerno en alta dilución. Estos preparados se rocían por la mañana aplicándolos en las hojas y los frutos. Este tratamiento da, o devuelve, a los frutos su sabor característico, que incluso es característico de la zona en la que se producen. Se puede decir que los frutos vuelven a adquirir su identidad y su relación con el lugar de cultivo específico. Y esto se puede comprobar a través del sabor. Cuando los agricultores locales con los que cooperamos hacen los primeros experimentos con estos preparados, al cabo de un tiempo normalmente reconocen este efecto, y confirman que solo se puede lograr con los preparados biodinámicos. Otro efecto de estos preparados es que intensifican el valor nutritivo y la fuerza curativa de los productos.
Es importante entender que no es necesario aplicar los preparados directamente en las plantas. Se distribuyen en todo el ambiente, sobre todo en el suelo. El efecto es que se establece una cohesión más intensa entre los bio-organismos individuales. Se mejora la relación entre la tierra y las raíces, que entre otros efectos, ampliarán su crecimiento en profundidad. La sílice de cuerno mejora la relación con el aire y la luz y hace que la planta absorba mejor la luz. En total se puede decir que estos preparados generan una atmósfera saludable.

La granja como lugar de atmósfera positiva

Después de una tormenta de granizo o una helada nocturna se rocía con un preparado de valeriana, con el que las plantas superan en choque de frío y se regeneran mejor. En estos casos, una vez más, generamos una atmósfera saludable, en particular una envoltura de calor. Y a eso se suma el olor de la valeriana, de tal manera que algunos agricultores comentan que les produce la sensación de perfumar el campo. Lógicamente esto no es el objetivo primario, pero aun así el efecto es el de crear una atmósfera que habla inmediatamente al alma -- una atmósfera que cambia la respiración. En la actual situación de Covid-19, se ve muy afectado nuestro sistema respiratorio y nuestro modo de respirar, ya sea por la enfermedad en sí o por el miedo relacionado con el virus y con las circunstancias y medidas externas.
El arte de crear ambientes y entornos saludables no solo afecta y cambia el mundo externo. Atmósfera también significa estar anímicamente conectado con el entorno. Significa que realicemos nuestro trabajo con alegría e ilusión, y que esta alegría pueda saborearse en todo el ambiente inmediato. Es la sensación de alegría de poder percibir y disfrutar del resultado del trabajo realizado. Entonces cambia nuestra respiración. Y la respiración no se limita al proceso fisiológico; es un proceso profundamente anímico. La granja que vivenciamos como un organismo vivo nos hace respirar con más libertad que una granja industrial de producción masiva.

El lograr crear ambientes saludables depende de nuestra disposición y capacidad de pensamiento “atmosférico”. Hemos mencionado el pensamiento orgánico y el pensamiento integral, decisivo para el entorno que creamos y para el planeta entero. Y estos dos principios de crear organismos e integrar de manera positiva los elementos supuestamente nocivos, se complementan con el principio de crear atmósfera. Son tres principios salutogenéticos. Desarrollar un pensamiento “atmosférico” significa aprender a percibir lo invisible que existe entre los distintos elementos, percibir lo que nos envuelve atmosféricamente. Es una percepción integral de las cosas, que obviamente no tiene nada que ver con el pensamiento mecánico de causa y efecto.

Una comunidad de “buen rollo”

Quiero concluir con una anécdota. En un curso de formación reciente, uno de los participantes presentó una serie de datos que evidencian la eficacia de la agricultura biodinámica, incluyendo distintos resultados de la investigación científica. Para mí fue muy interesante ver cómo los demás participantes conjuntamente se manifestaron en contra de tales evidencias diciendo que no les hacían falta este tipo de evidencias, y que lo que les importaba era experimentar lo bueno de la agricultura biodinámica en su trabajo cotidiano, ¿Por qué estos agricultores quieren cambiar a la agricultura biodinámica? En primera línea porque crea un buen ambiente, un “buen rollo”. Y no lo digo de broma.

La realidad es que la situación de la agricultura es tan grave que muchos de los agricultores están sufriendo profundamente. Es duro decirlo, pero la mayoría de ellos carece de ilusión y de ánimos para el trabajo en la granja. Por eso es tan importante que nos preguntemos cómo podemos ayudarnos entre todos para volver a sentir motivación e ilusión por el trabajo con la tierra.

Hace poco uno de los agricultores jóvenes en formación me comentó que todos sus compañeros de un curso de la Cámara de Agricultura en Francia tenían el deseo de cambiar a la agricultura biodinámica. Es una noticia alentadora que nos indica que está teniendo lugar un gran cambio en el pensamiento. Naturalmente estos jóvenes necesitan nuestra ayuda, es decir la ayuda de todos, también de los consumidores. Es importante que ellos cambien de conciencia, que sepan valorar los productos biodinámicos y que se muden a otro comportamiento de compra. En este sentido todavía tenemos mucho trabajo por delante. Lo que quería proponer aquí es desarrollar la visión de una agricultura capaz de volver a inspirar un verdadero entusiasmo y una verdadera pasión.


Jean-Michel Florin es codirector y docente de la Escuela Superior para la Ciencia del Espíritu y da cursos de agricultura biodinámica en todo el mundo.

Traducido y resumido por Michael Kranawetvogl